domingo, 18 de noviembre de 2007

-Lo vi, sí, lo vi. Estoy seguro de que no lo hizo para causarle daño. Pero, ¡ya me dirá usted si se lo hizo o no! Porque muerto está. De eso no hay duda, que lo enterramos ayer. Pero de verdad de la buena que no actuó con maldad. Yo creo que él está por encima de eso. Mire usted. Los demás, los que somos normales, sabemos lo que está mal y bien. Claro que hacemos el mal a veces, por hacer daño, por descuido, porque se te va la cabeza, porque en ese momento no viste las cosas claras. Pero él siempre fue distinto. De pequeño ya era así. Si lo sabré yo que nos críamos juntos en el pueblo. Cuando éramos críos ya disfrutaba con prender fuego a las colas de las ratas, o cortales las patas a los saltamontes o sacarle los ojos a los perros. Pero no por maldad. De verdad que no, señor juez. Yo creo que es por otra cosa. A él le gusta mirar. Él es capaz, lo que nosotros no somos, de observar sin pestañear y sin compadecerse cómo los demás se defienden en una situación límite. Y ahora fue lo mismo. Pedro se había caído en el aljibe. O a saber. Igual lo tiró él mismo. Pero en eso no me haga usted ni caso, señor juez, porque eso no lo vi y yo no hablo de las cosas que no veo con estos ojos. ¿Me sigue, señor juez? Yo llegué cuando él estaba ayudando a Pedro a salir del aljibe. Le había arrojado una cuerda y Pedro subió por ella. Faltaba un metro para alcanzar el borde. Pedro se quedó sujeto a la soga con una mano y con la otra intentó coger el brazo que él le extendía hacia abajo. Sólo faltaba un metro. Es que sólo era un metro. O menos. Bien pudiera ser menos. Mire usted, era algo así. No más. Cuando Pedro hizo un último esfuerzo para cogerle, él retiró su mano. Pedro quedó suspendido sobre la negra profundidad del aljibe porque aún tuvo reflejos y pudo agarrarse de nuevo con las dos manos a la cuerda. Él sonrió. Siempre sonríe. Eso es verdad, nunca se enfada. Pues eso, sonrió. Luego, muy despacio, metió la mano en el bolsillo y sacó su navaja. Después de cortar la soga él encorvó el cuerpo hacia adelante, se quedó mirando la oscuridad. Y sonreía. Lo último que oí de Pedro fue un ruido seco en el fondo del aljibe.

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