sábado, 10 de noviembre de 2007

La Guardia Civil fue a buscarlo al taller de coches donde trabajaba. Su jefe y sus compañeros se quedaron sorprendidos y desorientados. Querían saber de qué cargos le acusaban. No cesaban de repetir que siempre había sido un chico responsable, que trabajaba diez horas al día de lunes a viernes y siete los sábados, que con el sueldo que se ganaba mantenía a su madre alcohólica y abandonada por su padre y a sus cinco hermanas pequeñas, que los únicos placeres que se permitía eran unas cervezas los sábados por las noches e ir al estadio algún domingo al mes a aplaudir a su equipo de fútbol. El cabo que le esposó sus manos embardunadas de grasa cortó por la tagente: -Pues el pájaro éste escondía en la recámara otra de sus aficiones preferidas. -¿Se puede saber de qué se le acusa? -preguntó el dueño del taller erigiéndose amenazador como protector del muchacho. -Explíqueselo usted, mi sargento, explíqueselo -masculló el cabo poniendo punto y final a su sugerencia con un empujón contra la espalda del muchacho que lo encaminaba hacia el furgón. -Pues parece ser que esta mosquita muerta y otros tres de sus amiguetes acababan las noches de los sábados en los lavabos de mujeres. Previamente, seleccionaban a una chica que estuviera con su novio. Cuando ella iba a los servicios, se acercaban a su pareja para avisarle de que su chica se había indispuesto. Y, cuando el novio acudía en su ayuda, el entretenimiento favorito de estos cuatro elementos era violar a la chica en su presencia. Curioso entretenimiento. ¿Verdad? Ahora sólo se oía el motor encendido de un coche al que le estaban comprobando el cambio del tubo de escape. -El que de vosotros tenga alguna hija, que no deje de preguntarle si alguna noche ella fue la afortunada -cortó el silencio el cabo, ya desde lejos, al mismo tiempo que cerraba la puerta del furgón con un golpe seco.

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