Esto no es un cuento. Es la puta realidad.
El viejo, con un manchurrón en la camisa a la altura de la abultada barriga y con una sombra en la pernera derecha del pantalón justo debajo de la bragueta producida por el goteo recurrente, apoyaba la mole de su cuerpo sobre el bastón bajo el sol del mediodía. Una joven rumana, de cara ancha y cuerpo regordete, se le acercó y le pidió unas monedas para comer. El viejo le disparó sin venir a cuento cuatro gruesos insultos. La joven insistió con una sonrisa bobalicona y el viejo intentó ahuyentarla levantando el bastón en alto no sin antes hacer malabarismos para mantener su bamboleante cuerpo en equilibrio. La joven le dio la espalda dejando su culo redondeado ante el limitado campo de visión del viejo, que, en un último esfuerzo por renacer de las cenizas, le espetó con su voz aflautada:
-Oye, ¿tú trabajas algo por las noches?
La joven, aun sin entender nada, se dio por aludida y se le acercó con su impertérrita sonrisa bobalicona.
-Te pregunto si trabajas algo por las noches.
La joven, sin saber ni querer decir nada, arqueó su cuerpo apoyándose en el hombro del viejo, que casi se cae de espaldas, y cubrió con una de sus manos las dos del viejo que se apoyaban en el bastón. El viejo babeaba y reblandecía con su humedad la barbilla mal afeitada. Con la otra mano libre, la joven le abrazó por la espalda. La mirada del viejo era digna de uno de los personajes de los "Disparates" goyescos. La mancha del pantalón por debajo de la bragueta rejuvenecía con la orina mal contenida. La dulce estampa duró menos de un minuto. La joven rumana se esfumó con la misma sonrisa. El viejo ni tuvo fuerzas para dedicarle una despedida cariñosa. La cartera, con la pensión del mes recién cobrada en el banco de la esquina, nunca apareció.
El viejo, con un manchurrón en la camisa a la altura de la abultada barriga y con una sombra en la pernera derecha del pantalón justo debajo de la bragueta producida por el goteo recurrente, apoyaba la mole de su cuerpo sobre el bastón bajo el sol del mediodía. Una joven rumana, de cara ancha y cuerpo regordete, se le acercó y le pidió unas monedas para comer. El viejo le disparó sin venir a cuento cuatro gruesos insultos. La joven insistió con una sonrisa bobalicona y el viejo intentó ahuyentarla levantando el bastón en alto no sin antes hacer malabarismos para mantener su bamboleante cuerpo en equilibrio. La joven le dio la espalda dejando su culo redondeado ante el limitado campo de visión del viejo, que, en un último esfuerzo por renacer de las cenizas, le espetó con su voz aflautada:
-Oye, ¿tú trabajas algo por las noches?
La joven, aun sin entender nada, se dio por aludida y se le acercó con su impertérrita sonrisa bobalicona.
-Te pregunto si trabajas algo por las noches.
La joven, sin saber ni querer decir nada, arqueó su cuerpo apoyándose en el hombro del viejo, que casi se cae de espaldas, y cubrió con una de sus manos las dos del viejo que se apoyaban en el bastón. El viejo babeaba y reblandecía con su humedad la barbilla mal afeitada. Con la otra mano libre, la joven le abrazó por la espalda. La mirada del viejo era digna de uno de los personajes de los "Disparates" goyescos. La mancha del pantalón por debajo de la bragueta rejuvenecía con la orina mal contenida. La dulce estampa duró menos de un minuto. La joven rumana se esfumó con la misma sonrisa. El viejo ni tuvo fuerzas para dedicarle una despedida cariñosa. La cartera, con la pensión del mes recién cobrada en el banco de la esquina, nunca apareció.