miércoles, 31 de diciembre de 2008

Nunca llegué a conocer su nombre. Se puso en la esquina, tan sólo se miraba las manos. De verdad que era callada. Hasta llegó un momento que ni consigo misma parecía hablar. Y fue entonces cuando comenzó a cambiar de color, y se hizo más aérea, casi transparente. Y, sin poder evitarlo, empezó a diluirse hasta que... hasta que desapareció. Pero sobre su mesa, como si fueran sus huellas, nacieron unas hojas, las hojas de un cuento, el cuento de su vida, y un billete para que yo viajara hacia su mundo particular, hacia su universo de fantasía. Mañana me iré de viaje. Y eso que aún no conozco su nombre.