domingo, 30 de diciembre de 2007

Cada noche, cada mes, cada fin de año, diseñaba nuevos proyectos, se marcaba altas metas, imaginaba grandes aventuras, fabricaba sueños en lo que invertía ilusión y esfuerzo. Pero nunca lograba construir sus quimeras. Esta es la gran historia de aquel pequeño hombre, que nunca se pudo escribir porque su mayor éxito radicó en sobrevivir al continuado fracaso.
Hay quien dice que la verdadera historia se ha ido moviendo con el engranaje de hombres de esta envergadura.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Nunca lloré tanto ni tan estúpidamente como aquel veinticinco de diciembre cuando, siendo un niño corrí a buscar mi regalo que estaba debajo del árbol de navidad. Era una caja de cartón adornada con un vistoso lazo rojo. Ávidamente la abrí y con estupefacción vi que estaba casi vacía. Allí no había ninguno de los juguetes que cualquiera de los niños de aquella época habíamos pedido. Allí sólo había un bolígrafo azul y un montón de papeles en blanco. Entonces no lo entendí sino como un castigo. Estuve dos meses sin dirigirle la palabra a mis padres. Me sentí tan solo, tan vacío como la misma caja de cartón y tan desprotegido que, desde entonces, no he hecho otra cosa sino buscar nuevos mundos a través de las palabras.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Érase una vez una mujer que sufría insomnio y se pasaba horas y horas con los ojos cerrados dibujando sueños.
Una noche coloreó de verde los mares y se sumergió en sus olas. Nadó hasta agotarse y se cayó rendida.
Otra noche le dio por teñir de amarillo el cielo y voló como una gaviota alocada hasta que se perdió en el horizonte.
En una ocasión modeló de nuevo todas las pistolas del mundo retorciendo sus cañones en espiral. Desaparecieron todos los cañonazos, se hizo un silencio infinito y placentero, y se durmió en paz.
Pero, una mañana..., una mañana... tan a gusto estaba en sus sueños que se rebeló. Se negó a despertar.

martes, 11 de diciembre de 2007

Siempre intentaba que sus verdaderos sentimientos no afloraran a la piel de su rostro. Cuando cada mañana se lavaba la cara delante del espejo, ensayaba hasta encontrar la mueca que le borrara ante los demás el dolor, el asco y el resentimiento que llevaba escritos en la frente.
Como todas los días, aquella mañana dirigió su cuerpo entumecido hacia la habitación del más pequeño de la familia en cuya casa trabajaba como criada desde el final de la guerra. De su propio hijo se acordaba a lo largo de todo el día, pero muy especialmente en aquellos momentos en los que caminaba por el largo pasillo desde su cuarto de criada hasta la habitación de Luis Alberto, el hijo de los señores. Con los ojos aún legañosos soñaba que caminaba hacia la habitación de su propio hijo, que abriría muy despacio la puerta, que se aproximaría muy despacio a su cama, que se quedaría a su borde viéndolo dormir plácidamente, que le daría un beso en la frente. Pero, al llegar a la puerta de la habitación de Luis Alberto, se peinaba con la uñas alisándose el pelo como si tratara de ahuyentar una pesadilla, respiraba hondo, tosía bajo y giraba despacio la manilla. Con el mismo ritual intentaba olvidar la imagen de su hijo en el hospicio, al que podía visitar un domingo cada tres meses.
Entró en la habitación oscura y se acercó a la ventana para descorrer las cortinas. La luz de la mañana inundó la habitación. Luis Alberto la recibió con los ojos abiertos y vidriosos.
-¿Ya está el señorito despierto?
-Sí. Esta noche he dormido muy mal. He tenido un mal sueño.
-¿Y qué es lo que soñó el señorito?
-Que no podía cumplir un deseo.
-¿Un deseo? -preguntó ella-. El señorito puede desear lo que quiera. Al señorito siempre se le cumplen todos los deseos.
-Pero, no. Éste no podía alcanzarlo. Soñaba que deseaba ser rico y que nunca lo lograría.Y,¿sabes por qué? Porque ya soy rico. ¿Verdad que ya soy muy rico? Es terrible. Ya conozco un deseo que nunca nadie me podrá conceder -le contestó Luis Alberto rompiendo a llorar desconsoladamente.
-Los señoritos no lloran, Luis Alberto. Los niños como usted nunca lloran -le decía ella acariciándole la frente con ternura y dejando huir su mirada por el horizonte que se extendía al otro lado de la ventana para que nadie le notara en el rostro el desprecio profundo que en aquellos momentos sentía.



lunes, 10 de diciembre de 2007

Cuando acabé el instituto, di también por finalizados mis estudios en el conservatorio de música y abandoné la viola en una esquina de mi habitación. Al otoño siguiente, me fui a Madrid a estudiar Periodismo. Desde luego que no me llevé la viola. Había quedado saturada y hasta asqueada, no sentía ningún deseo por coger el arco y pulsar sus cuerdas. Así pasaron dos años.
Una tarde, cuando llegué a mi habitación de la residencia, allí estaba, como si nunca se hubiera movido de aquella esquina, mi viola. Nadie supo explicarme cómo había venido. En todo el año no abrí el estuche y, cuando acabó el curso, la dejé abandonada junto con otros trastos inservibles.
Al año siguiente alquilé un piso y no habían pasado tres días cuando volvió a aparecer mi viola en una de las esquinas de mi nueva habitación. Ya no me sobresalté. La viola, callada y en su rincón, no me molestaba. Ni yo a ella. Cuando acabé la carrera, me fui a Londres para ampliar estudios. Y, ya antes de que yo llegara a mi nueva residencia, allí estaba otra vez mi viola, tranquila, solitaria. Así acabé acostumbrándome a su presencia, pero nunca encontraba ni el momento ni el gusto para abrir su estuche, menos para tocarla. Pero acabamos siendo buenas compañeras de silencios, cada una en su esquina, sin ninguna discusión. Y poco a poco el tiempo acabó por difuminar los agravios y malentendidos de otros tiempos que pudieran haber existido entre las dos.
Desde entonces he viajado por muchas ciudades de todo el mundo. Confieso que lo primero que hacía cuando llegaba a la habitación de un hotel o a mi nueva casa era buscar la viola por alguna esquina. Me acostumbré a su conversación, viéndola allí, siempre a mi lado, sin mostrar inquietud alguna, como quien ha aprendido a sentirse segura de sí misma, cómodamente instalada en su funda.
La tarde que nació mi hija fue diferente. La ginecóloga y las enfermeras debieron de pensar que era una snob o que estaba loca. Cuando más me apretaban los dolores de contracción y no quedaba más que esperar al tiempo, sentí la necesidad por primera vez en muchos años de abrir la cremallera de aquel estuche, ya raído por el trajín de tanto viaje, y me puse a tocar. Nunca había oído un instrumento peor afinado, pero nunca nadie me embargó con tan dulce alivio. Desde aquel día no he realizado un solo viaje sin que ella no me acompañara a mi lado.
Esta mañana mi hija me ha dicho que la viola es mágica, que, cuando la toca, ella le habla. Y yo me he callado, aún no me he atrevido a contarle la historia.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Subí las escaleras. Y toqué el timbre.

Por fin, me había decidido. Subí las escaleras. Y toqué el timbre.

Por fin, me había decidido. Subí las escaleras. Y toqué el timbre. Él no estaba.

Por fin, me había decidido. Subí las escaleras. Y toqué el timbre. Él no estaba. Respiré hondo y hasta me sentí aliviada.

martes, 4 de diciembre de 2007

En una caja de zapatos caben noventa y ocho cuentos y una historia de amor.. pero de esas historias en las que no hay punto y final.

domingo, 2 de diciembre de 2007

-Tráeme la carretilla con la pasta.
-Va.
-¿No te había dicho que me subieras el nivel? Aquí no hay ladrillos suficientes par acabar este paño. Me cago en dios y en la santísima virgen. Así no hay forma de acabar para las cinco.
-Va.
-Y hoy es viernes. Y la hora de salida es sagrada. ¿Te enteras?
-Va.
-Déjalo. No te esfuerces. La hostia... ¡Vaya tía esa! ¿Olé tu padre que te crió para que te la claven y olé tu madre que plantó en el paraíso esas dos tetas como dos banderas! ¿Tú la has visto?
-Va.
-Mira, chaval. Escucha bien, porque te voy a da clases. Esa era de las que hay que atacar de frente. Yo tengo una teoría. ¿Sabes? Las hay que llevan pantalones, apretados, comiéndoles las piernas, marcándoles la raja hasta las entrañas. Pero no te fíes. Su mayor portento son las tetas. ¿No te has fijado cómo se le ajustaba el jersey marcándole los dos meloncitos aún verdes y recién salidos? A esas hay que taladrarlas de frente, ahí tienen su punto de fundición. Luego, están las otras, las que llevan la minifalda hasta el ombligo. Esas son las putas de verdad. A esas hay que derretirlas por abajo. Es cuestión de juguetear con la mano entre las bragas. ¿Tú me entiendes, chaval?
-Va.
-Además, según dice mi primo, que el cabrón es más listo que dios y hasta estudió carrera, están aquellas a las que hay que atacar desde arriba, por la cabeza, esas que tienen pajaritos y nubes entre las cejas, y son más viciosas que todas las demás juntas. Pero, para eso hay que saber, esas no se conforman con cualquier cosa, hay que tener mucha labia y derretirlas primero con las palabras para después joderlas en su propio jugo. Pero, para eso, qué se va a hacer, hay que tener estudios, y yo no estoy preparado.