miércoles, 10 de octubre de 2007

Mi abuelo siempre me recordaba lo sagrado que era la amistad y no paraba de contarme aventuras para que comprendiera lo importante que era poder considerar a alguien como un verdadero amigo. Una de aquellas historias que nunca llegó a olvidárseme, quizás porque ya de niño me parecía absurdamente trágica, trataba de dos hombres, uno de los cuales había renunciado a su novia, a la cual amaba hasta quemarse, porque se había enterado de que también le gustaba a su amigo, quien dos meses después empezó a salir con ella y un año más tarde se casó.
Ayer supe, sin realmente quererlo, que el hombre que había sido capaz de ceder la novia a su amigo era mi propio abuelo. Desde entonces, miro con pena a mi abuela y no dejo de preguntarme si fue de verdad amada por la persona que hasta ahora más he admirado y respetado en mi vida.

No hay comentarios: