domingo, 14 de octubre de 2007

Aurora Amasol fue una niña distinta a las demás. Al año le leía a su abuela libros de recetas del siglo XIX para ayudarla en el trabajo de la cocina. A los dos años y medio entretenía sus juegos interpretando en voz alta el "Poema de Mío Cid" o "La Auracana". A los cinco, andaba releyendo por las esquinas de la casa el "Quijote", unas veces riéndose a carcajadas, otras reconcentrada en alguno de sus párrafos. A los diez años, mediante una orden directa del Ministro de Educación, ingresó en la facultad de Ciencias Matemáticas; a los doce, acabó la licenciatura con matrícula de honor. Inmediatamente, comenzó su doctorado.
Aurora Amasol cultivaba la costumbre de registrar todas las noches en un cuaderno los episodios más importantes de su vida. Su escritura se destacaba por una prosa detallista, un desarrollo conceptual sólo aparentemente sencillo y con las piezas justas, una precisión sin equívoco alguno en el uso de las palabras. Pero una noche a Aurora Amasol se le atravesaron las líneas de su escritura. Narraba lo que le había sucedido aquella mañana. Al entrar en la facultad, había tropezado en el último escalón y se cayó. En su ayuda había acudido un chico de segundo curso pero mucho mayor que ella.
Se empezó a oscurecer el blanco del papel precisamente cuando intentaba definir el sentimiento exacto que aquel chico le había incrustado por todo el cuerpo. Dudó, escribió y borró, siguió pensando, acudió a varios diccionarios, y no encontró la palabra exacta. Así continuó varios días dedicada exclusivamnte a buscar una palabra, sólo una, que simbolizara con fidelidad lo que había sentido cuado apareció aquel chico para ayudarla a levantarse del suelo. Libros de todo tipo se le fueron amontanando sobre la mesa. Ella no salía de la habitación. Estaba convencida de que la única manera de enfrentarse a aquella nueva situación era concocer con transparencia lo que le había sucedido. Su único alimento era un café caliente por la mañana y un vaso de leche fría que su madre le llevaba por las noches. Nunca halló lo que anhelaba con todas sus fuerzas. Y la ignorancia la paralizó, el miedo le impedía actuar. Un día al amanecer su madre la encontró dormida para siempre. El chico desconocido nunca se enteró de la verdadera historia de Aurora Amasol.

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