sábado, 29 de diciembre de 2007

Nunca lloré tanto ni tan estúpidamente como aquel veinticinco de diciembre cuando, siendo un niño corrí a buscar mi regalo que estaba debajo del árbol de navidad. Era una caja de cartón adornada con un vistoso lazo rojo. Ávidamente la abrí y con estupefacción vi que estaba casi vacía. Allí no había ninguno de los juguetes que cualquiera de los niños de aquella época habíamos pedido. Allí sólo había un bolígrafo azul y un montón de papeles en blanco. Entonces no lo entendí sino como un castigo. Estuve dos meses sin dirigirle la palabra a mis padres. Me sentí tan solo, tan vacío como la misma caja de cartón y tan desprotegido que, desde entonces, no he hecho otra cosa sino buscar nuevos mundos a través de las palabras.

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