jueves, 13 de septiembre de 2007

José Ramón llevaba tiempo tramando su estrategia. Actuaría con ataques agresivos e hirientes; al final, sólo quedaría la puntilla.

Cuando abrió la puerta, su mujer estaba colgando el teléfono. Todavía llegó a oírle la despedida.
-Necesitaríamos un milagro.
José Ramón atacó desde el principio y con dureza. Había decidido que aquel sería el día decisivo.
-¿Todavía no está la cena? No me extraña, te pasas el día hablando por teléfono.
-Claro que ya está, cariño -respondió Julia-. De hecho yo ya he cenado. Me asaltó el hambre de repente y no pude resistirme.
-Pero, ¿es que no ves cómo te estás poniendo? -José Ramón aprovechó la oportunidad que se le presentaba-. Acabarás como una foca, porque el estatuto de gorda ya lo has conseguido con holgura.
-Tienes razón. He de cuidarme. Si no, dejaré de gustarte. Y todo por mi culpa. Pero es que...
Esta era la ocasión de una victoria definitiva: lograr que admitiera sus defectos y cortarle la retirada.
-La verdad es que ya lo has conseguido.
-¿El qué, cielo? -preguntó la mujer no queriendo creer lo que estaba escuchando. Sería demasiada suerte.
-Está muy claro -apuntilló su marido-. Ya no me gustas. Por no cuidarte, porque parece que no te importa nada nuestra relación -debía ser sibilinamente lacerante en su razonamiento y certero en su golpe final- lo has estropeado todo. ¿Cómo voy a estar enamorado de una mujer así? Precisamente hoy, ya he tomado la decisión, porque lo que no quiero es engañarte con mis sentimientos.
El resto le resultó fácil. Así no podían seguir. Una relación se mantiene con el esfuerzo de los dos y ella no había luchado para captar la admiración y el deseo de su marido. Al final, no sólo la llamó foca sino ballena varada. Casi se arrepintió de utizar más crueldad que la estrictamente necesaria, pero ella se echó a llorar y, entre suspiros, le dijo que no se preocupara por ella porque entendía perfectamente que quisiera separarse.
José Ramón, aliviado con el resultado obtenido y reconfortado por la facilidad con la que había conseguido la victoria, se fue de casa aquella misma noche. Ahí empezaba su libertad.
A la semana siguiente, cuando estaba comiendo en el bar de la esquina, solo y, a decir verdad, aburrido, porue su compañera de trabajo, veintitrés años menor que él, había rechazado con cierta soberbia su invitación, vio pasar al otro lado del cristal a toda una hembra. Se sentía libre y feliz: ahora todas las mujeres estaban a su alcance. Luego, antes de que la figura de la mujer desapareciera de su vista, quiso encontrarle cierto parecido con alguna otra mujer conocida. Y, cuando abrió bien los ojos justo en el momento en que aquella imagen se volatizaba, fue cuando ella acarició la oreja a su acompañante de una forma como no había viso hacer a ninguna otra mujer salvo a una.
-Coño, pero si es mi Julia. Y la muy puta va con otro maromo.
Hasta que la sopa no se le quedó congelada la sopa en el plato, José Ramón no dejó de darle vueltas a lo que le había escuchado a su mujer la última noche cuando él había llegado a casa y ella estaba a punto de colgar el teléfono: "Necisitaríamos un milagro".
-Y yo,como un gilipollas, se o puse a huevo -murmuró de tal modo que todo el mundo le oyó.


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