miércoles, 19 de septiembre de 2007

Sergio llevaba un mes obnubilado con la historia. De cada día apenas le quedaba tiempo para comer y dormir un par de horas.
Y el libro acabó por encariñarse con el niño. Una noche, el libro se abrió solo sobre la mesa, alargó las tapas como dos manos gigantescas, lo agarró por los hombros y lo sumergió en las profundidades de su interior.


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