domingo, 6 de enero de 2008

(Sobre un relato de Forges en la radio.)
Cuando aquella tarde me preguntaron en una entrevista por el origen de mi vocación y pasión por el periodismo, lo tuve muy claro. Me decidí a contar esta ñoña e inverosímil historia de mi infancia; pero, para mí es cierta, es absolutamente verdadera. Aún hoy, al encontrarme en algún momento difícil, me acuerdo de ella.
Siempre pedía a los Reyes Magos un caballo de cartón, año tras año. El caballo nunca aparecía en la mañana del seis de enero. Pero, cuando cumplí siete años, el caballito de cartón estaba allí, erguido, altanero. Era blanco con infinitas manchas negras. Me pasé todo el día cabalgando sobre su lomo frío. Después de galopar durante horas y horas, la piel de mi caballo fue liberando un entrañable calor que me quemaba las ingles.
Cuando llegó la noche, como éramos nueve hermanos y el espacio de nuestra casa era más bien pequeño, mis padres me obligaron a sacar el caballo a la terraza del piso. Aquella noche llovió a cántaros.
A la mañana siguiente, cuando acudí corriendo a ver a mi caballito de cartón, éste yaa en el suelo, deshecho, húmedo, con sus arrugadas hojas de periódico esparcidas por el suelo.
Las recogí una a una, las fui secando sobre el radiador de mi habitación, y las planché con esmero. Los días de aquel nuevo año los pasé leyendo y releyendo las páginas de aquel periódico que con paciencia yo haa logrado recomponer. Llegué a saberme de memoria cada una de sus noticias, cada uno de sus anuncios, cada título, cada entradilla, cada firma.

Desde entonces, lo tuve muy claro. Yo, de mayor, quería ser periodista. Toda mi vida ha sido como si cadaa fuera reconstruyendo pliegue a pliegue aquel caballito de cartón de la inocencia de mis siete años.

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